sábado, 14 de abril de 2012

                                ACACIA   MIMOSA 
                                                                   

              
Unas manos anónimas te plantaron en medio de la plaza hace ya muchos años, cuando el tiempo pasaba sin prisas y las cosas se hacían por el orgullo del trabajo bien hecho. Fuiste creciendo con los días y poco a poco te hiciste mayor dominando la plaza con tu figura, y así un día te conocí cuando amanecían mis seis años, y me puse frente a tí por primera vez. Aun perdura en mi mente la impresión que me causó tu tronco robusto, tus ramas imponentes, el olor profundo de tus flores, el color de la resina al herir tu piel. Cuando la primavera vestía los campos de verde y llenaba de vida el aire tú te ponías un vistoso manto verde turquesa con pequeñas perlas que, en racimos, colgaban de los brazos de tus ramas. Pasados unos días se abrían las perlas y un universo de flores amarillas te cubría toda la copa y perfumaban el aire llenándonos del olor de la nueva primavera. Fueron pasando los años  y ambos fuimos creciendo, tú  como un árbol imponente, yo como un hombre, aún hoy sin completar, y fuiste mi amigo, y juntos hicimos un uno compartiendo juegos y sueños, noches de verano con melones en tus pies y tardes infinitas acariciando tu piel corteza al compás de algún juego así día tras día fuiste ocupando un sitio en nuestras vidas. Aún recuerdo con sabor a infancia que al salir de la escuela eras punto de encuentro para comenzar, con la tarde que acababa, la aventura de la vida disfrazada de niños jugando en torno a un árbol. Y te unías a nosotros con tu corazón madera encendido, y juntabas tu voz verde de murmullo de hojas con  nuestras voces, y juntos reíamos, jugábamos...vivíamos. Fueron pasando los años y ahí seguías, dando sombra durante el día y lavándonos el aire por la noche con el oxígeno de tus pulmones. Eras también a un tiempo testigo mudo de alguna cita amorosa que en algún momento se cobijó bajo tu manto, aunque sólo fuese para mirarse a los ojos, como saben mirar los enamorados, y al día siguiente una herida con forma de corazón marcase tu piel de madera y brotase de ella la sangre de tu resina, quedando tu cuerpo marcado con un tatuaje de amor. Y un día sin saber porqué, como casi siempre ocurre, empezaste a secarte, a morirte  un poco cada segundo,  tus hojas, antaño de un verde eterno, ahora yacían secas por el suelo, tus ramas ayer vigorosas hoy semejaban esqueletos de madera  en su sequedad y desnudez macabras fuiste perdiendo trozos de tí, como se pierde  un trozo de vida tras cada segundo vivido, y al final de tus días  tan sólo quedó de tí un tronco reseco y vacío, mudo y muerto,  con las ramas de lo alto implorando al cielo, como trágico testimonio de tu presencia entre nosotros. Hoy paseaba por entre tiendas y en una de ellas vi unas flores como las tuyas y me pareció que me llamaban. Me acerqué con el corazón encogido por el recuerdo del viejo amigo. Las acaricié con cariño, aspiré con fuerza y el viejo y familiar olor llenó mis pulmones y llegó al corazón. Una vieja foto tuya reinando en tu plaza, muerto ya, me hace viajar hasta ti y acariciarte como siempre. Las hojas de mis manos y la resina de tu recuerdo escribieron éstas letras para ti en el papel de mi corazón  en tu memoria, compañero.
A la acacia mimosa que hubo en la calle de Bartolomé.
http://youtu.be/6WXxmuX_Bg8

No hay comentarios:

Publicar un comentario