jueves, 10 de mayo de 2012

                                      CINE CERVANTES

Amarilla y vieja, la entrada para el Cine Cervantes abrió un día más la ventana de mi ático a los recuerdos que en carne viva acaricio desde mi ausencia extrema y dura. Cerré los ojos y me vi rodeado de butacas tapizadas en rojo,  con los números sacados de hojas de calendario. Un viejo mostrador olvidado en un rincón, una pequeña habitación donde Zambrano me enseñó a rebobinar las películas, al fondo una pequeña escalera, y al final...la cabina.
 Allí, imponente, majestuosa, llenándolo todo, la vieja máquina proyectora, abonadora de sueños, lámpara maravillosa, esperaba el momento de trazar ilusiones con el dedo mágico de su rayo de luz.  Las paredes de la cabina  estaban todas cubiertas de ruedas para rebobinar,  pareciese que el tiempo se hubiese dormido entre carteles de propaganda ya amarillos, mientras por un agujero cuadrado hecho en la pared asomé mis ojos al universo blanco de la pantalla. Y fueron pasando una, y otra ,y otra, muchas películas, y con ellas tantos y tantos sueños vividos entre butacas en rojo y ruido de pipas.
En los asientos traseros,  la tiniebla era cómplice y amiga de los primeros besos robados a su amparo y cobijo, mientras tito Hacha o Rafael Villar agotaban su paciencia en la ventanilla vendiendo entradas. El techo oscuro de corcho negro ponía velo de noche a ilusiones con manos entrelazadas y ojos emocionados con perlas en las mejillas. Una mano en azul y rojo anuncia la próxima película mientras el THE END se borra lentamente y la música se va apagando entre rincones oscuros y butacas vacías. Poco a poco el local se va quedando solitario, mudo, ajeno a las emociones  que se han grabado para siempre entre sus viejas paredes.
 En el silencio del recuerdo la oscuridad me ahoga, y sin apenas darme cuenta una lágrima se escapa mejilla abajo. De repente, se enciende de nuevo una  luz en la cabina. Entre barras de carbono y sonrisa de cómplice eterno, mi amigo Manolo Valenzuela, hermano del alma, me presta sus lápices de carbono para dibujar ausencias y romper distancias.
 Sobre el infinito blanco de la vieja pantalla su mano hermana dibujó un deseo, un deseo ardiente; SILENCIO, SE SUEÑA .Y, sonriente se ha sentado a mi lado para soñar juntos, como siempre.
Dedicado a todos los que soñamos un día en el viejo y desaparecido CINE CERVANTES, de invierno y verano, a todos los que hicieron posible que soñásemos,   en especial  dedicado a MANUEL VALENZUELA PASCUAL, mi amigo.

                                       Imagen bajada de la red
                             http://youtu.be/hLe9gTKQ4LU                                      

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