miércoles, 8 de enero de 2014

                                  LOS REYES DE ISABEL

Los ojos infantiles se abrieron en arco iris ante el mundo de ilusión que se dibujaba tras el cristal del escaparate. Uno a uno los niños fueron llenando sus corazones de emociones con forma de juguetes, que señalaban emocionados con los lápices mágicos de sus dedos de cinco años. Y el cristal se llenó de deseos con mil formas y colores que cada uno de los niños hizo suyo en su lista interminable de ilusiones. Unas veces fue el scalextric o el tren eléctrico, el fuerte del oeste americano, con sus vaqueros y sus indios o el traje de fútbol del equipo preferido o el balón de fútbol o …. y los juguetes uno a uno fueron teniendo dueños, mientras el aire se llenaba de villancicos y corríamos después a ver el portal de belén de la iglesia. Con la emoción contenida y los nervios a flor de piel arropábamos nuestras ilusiones con las sábanas de la espera, ansiosos por mirar al amanecer bajo nuestras camas esperando los regalos en esta noche sin igual, noche de Reyes, noche mágica.
El alba me despertó con un tibio rayo de sol tras los visillos blancos de la ventana. Ansioso miré bajo mi cama y como una ofrenda dos regalos aguardaban a mis inquietas manos y nerviosos ojos. Inundado de felicidad acaricié el balón de fútbol y el juego de raquetas de ping- pong. La magia había funcionado, y allí bajo la cama sus majestades dejaron sus regalos.
Isabel era una más entre nosotros. No tenía familia en el pueblo y se ganaba la vida haciendo recados para la gente, limpiando casas o llevándoles el agua desde el pilar viejo o la fuente de la bellota. Cada quién le daba lo que podía, unas veces fue comida, otras fue ropa o cachivaches que ella guardaba en su casa como un tesoro, las menos de las veces algún dinero para ir tirando. Era al caer la noche cuando Isabel venía a casa. Fiel a su cita se sentaba junto a la mesa camilla y al calor del brasero nos contaba su quehacer cotidiano, su diario devenir, sus cosas, al compás del tic tac y un vaso de leche caliente migado de pan. Poco a poco vencida de sueño y cansancio la acompañábamos hasta su casa, y así hasta el día siguiente, copia del día de ayer e igual al de mañana. Puntual como siempre hoy día de Reyes, Isabel llegó a casa al caer la noche, sonriendo nos dio un beso y se sentó en su lugar de siempre. Tras desgranar el día al compás de un polvorón y su leche caliente, sus manos curtidas abrieron un envoltorio. Un olor ce canela tostada llenó el aire y un puñado de galletas aparecieron entre sus manos cómo la mejor de las magias. Había gastado su ganancia del día en comprar aquellas galletas para compartirlas con nosotros, eran sus Reyes, nuestros Reyes.

Hoy, cincuenta años después, mi mañana del día de Reyes sigue oliendo a galletas de canela en recuerdo a Isabel.

                                           http://youtu.be/n-Iu5WieAPg

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