EL DUENDE
Con manos emocionadas procedió a abrir el paquete que acababa
de recibir. Fruto de mucho buscar entre libros descatalogados y viejas librerías
aquel ejemplar era un tesoro que al fin tenía en sus manos. Con suma delicadeza
desenvolvió el viejo libro y lleno de emociones procedió a abrir su tapa. Al
hacerlo una nube imperceptible de polvo daba fe y crédito de que aquellas tapas
no se abrieron en mucho tiempo.
Su color amarillento de cera vieja, su tacto duro y rugoso,
transportaban a otro tiempo, a otro lugar. Y aquel olor tan especial que exhalaba.
Mezcla de tintas vegetales y resinas especiales, olía a secretos, a misterios,
a otra época. Y él amaba los secretos y los misterios. Y él, escritor afamado
de novelas de intrigas y secretos, rituales y magia, tenía en sus manos un
tesoro incalculable, un filón inagotable para seguir escribiendo.
El Canon In D Major de Pachelbel puso el fondo musical para
iluminar aquel mágico momento. Una tras otra fue leyendo las primeras páginas
de aquel libro tan deseado. Y se fué llenando de luz y de gozo a medida que
avanzaba en su lectura.
El tiempo fue pasando hasta que la noche llamó en la ventana
de su estudio. Con extrema dulzura cerró las tapas, inmensamente feliz. Se
acercó a la ventana y respiró la noche. Septiembre caminaba ya media hoja en el
calendario, y por el parque que había bajo la ventana
corría una brisa suave, mezcla de agosto
y otoño, con olor a terciopelo. Las hojas comenzaban a caer tras su trágico
baile hasta el suelo, y una cercana farola avisaba con guiños que su bombilla también sentía el otoño.
Se fué a la cama pleno de emociones y alegría. Cerró los ojos
y al momento un sueño profundo y reparador envolvió su mente y su cuerpo. En
ese mismo instante un rayo de luna llena encendió un punto de luz minúsculo en
el aire. Aquel polvillo casi invisible fruto de quietud centenaria se tornó una
pequeña esfera. Giró sobre sí misma y en un
suave volar silencioso recorrió el estudio, y llegó hasta la ventana.
Tras una vuelta más volvió sobre sus pasos y sobrevoló el
viejo libro. Entre las hojas amarillentas una sonrisa de luz azul ilumina las
letras centenarias. Tras muchos años encerrado entre pergaminos ahora era libre, eternamente libre. Él vivía
de los sueños, y el dueño del libro era escritor, un hacedor de sueños. Y
volvió a salir de entre las letras para perderse entre las hojas que caían, en
el aire que olía a otoño y los guiños de la farola, en el olor a oro viejo de
unas letras centenarias.
Foto bajada de la red
Sorprendido, como siempre que visito el blog. Magnifico relato, amigo. Un saludo.
ResponderEliminarEspero y deseo que la sorpresas sean siempre agradables, como lo es el hecho de recibir tu visita. Un placer recibirte, amigo.
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